domingo, 4 de noviembre de 2012

Babel de Santa Sabina


Hay un momento del ser del hombre en que todas las diferencias se disuelven, en que no hay más que una sola carne que se pliega con la de la tierra; un momento en el que se es ahí, en el mundo, como un árbol que ve y que es visto, que toca y es tocado, que descubre y se descubre interminablemente, como un espejo colocado frente a otro espejo. Uno momento en el que no existe el otro porque todo es una misma cosa que respira al unísono, que se mueve de sí misma, siendo en la medida en que deja de ser: He ahí el hombre que emerge desnudo de toda patria, de todo suelo, de toda fe, el hacedor de esperanzas que se desangra colgado de un gancho en la carnicería de la civilización. Babel de Santa Sabina es un acto de invocación a ese hombre asesinado en el fondo mismo del hombre que hoy habita la historia; ensimismado, recluido en las paredes de su cuerpo, cosificador y cosificado, obsesionado en cuantificar lo que no tiene número, en pronunciar lo innombrable, en explicar lo que se resiste a toda lógica, nacer, morir, estar. Un alegato contra la desesperanza, contra la inmovilidad y la indiferencia, un buscar buscando la luz, un camino que es el deseo.


A veces uno piensa que, como en la poesía, toda música es parte de una gran canción que será cantada al final de los tiempos, cuando ya nada importe, cuando ya no estemos; la canción de la humanidad de la que Babel es, sin duda, una parte. Un disco que aparece en medio de la confusión y de la mediocridad como una luz esclarecedora. Ante esto, imagino la plegaria de Rita, Poncho, Alejandro, Juan Sebastián, Patricio y Adriana acuñada en la voz memoriosa de Borges:

Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
- pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.




Fernando Rivera Calderón
La mosca en la pared, julio de 1996.