La mujer, de unos cuarenta y siete años,
vivía sola en una casa grande y antigua. Aparentemente, porque nunca se veía a
nadie más en aquella enorme propiedad. De vez en cuando se le atisbaba a través
de las cortinas sentada al piano: poseía una voz extraordinaria. Tocaba para
acompañar su canto. Cantaba de una manera particular, porque a veces no eran
precisamente notas lo que su voz emitía, sino como ruidos, lamentos, no sólo de
personas, también de animales. Así pasaba de melodías suaves, con una voz dulce
y nítida, canto de sirenas, a ruidos extraños, malignos podría decirse, como si
de una tortura tratárase o de una manera brutal y salvaje estuviera siendo
poseída. Era una gran cantante, pero en aquel poblado pequeño donde vivía no
era muy conocido su trabajo y nadie imaginaba siquiera quién era. Se ausentaba
grandes temporadas y su casa quedaba vacía, pero a pesar de ello, por las
noches se oían los cantos, los ruidos o lo que fuera aquello que ella emitía. A
la gente le aterraba la idea de pasar cerca de aquel inmueble ya que, aunque
solitario, en el fondo se sabía perfectamente que algo de esa mujer estaba ahí
en su ausencia.
Mientras
tanto ella viajaba por el mundo ofreciendo su canto y su arte: la gente conocía
esa música a través de discos. Su público era un tanto selecto, porque no a
todos gustaba, y de hecho había a quienes les repugnaba. Pero en cualquier país
al que viajaba había quienes la adoraban y apreciaban mucho su talento.
En una ocasión visitó mi país, y una amiga y yo asistimos al concierto. Nos
dejó impresionadas, yo no podía creer que existiera un ser humano con una voz
tan maravillosa. Poseía un registro enorme, que iba de los graves a los agudos
con gran habilidad. Cambiaba su timbre de voz en una misma pieza que daba
escalofrío; algunas veces parecía tener una voz grave, gruesa casi como la de
un cantante negro, y luego se trasladaba a unos sobreagudos de soprano ligera,
pasando por distintos matices en su registro medio y masticando las palabras de
una manera particular, exagerando las consonantes. También tocaba el piano
espléndidamente. Todo esto acompañado de una fuerte emotividad: cada canción,
cada compás, cada nota eran intensos, profundos, llenos de pasión.
Al final bajamos al camerino, pues queríamos felicitarla y mi amiga, que
escribe para varias publicaciones, tenía deseos de entrevistarla, así que
fuimos con la esperanza de poder acordar con sus representantes una cita y, de
paso, aprovechar para saludar a la gran artista que nos acababa de cautivar.
Después de muchas dificultades logramos estar en una salita afuera de los
camerinos, y nuevamente nos volvió a sorprender aquella mujer: su físico, su
actitud, toda ella. Es normal que los artistas cambien abajo del escenario y
más cuando tienen un manejo intenso de emociones, pero en este caso el
contraste era fuerte sobremanera, sentíamos que no cuadraba en nada la persona
que habíamos visto en el recital con la que teníamos enfrente, con la de las
fotos, de los discos, de los videos. Tenía una cara de bondad, de humildad, y
era amable. Siempre pensamos que iba a ser una persona dura y que hasta miedo
nos provocaría tenerla cerca. Su música oscura, sus letras, la poesía a la que
recurría en algunas canciones, su maquillaje, su forma de vestir, todo parecía
hasta ese momento haber sido lo opuesto a lo que ahora percibíamos de ella. Me
quedé sin habla, simplemente la observaba, veía cómo la gente la felicitaba,
cómo ella agradecía tantos halagos de la forma más sencilla y sincera. No podía
dar crédito a lo que veía, no podía creer que estaba a unos metros de ese ser
maravilloso, dotado de una voz de otro mundo.
Así transcurrieron algunos minutos y poco a poco el lugar fue quedando vacío,
tanto que cuando quise buscar a mi amiga, no la encontré. Cuando regresé a la
pequeña salita ya nadie había, mas yo seguía hipnotizada y no supe qué hacer.
De pronto me llegó de lejos una luz tenue que salía de uno de los camerinos con
la puerta entreabierta. Me acerqué. Fue enorme mi sorpresa al descubrir que era
el camerino de la cantante. Sentí mucha curiosidad de seguirla viendo, no sé
para qué, pero había algo que me atraía, una fuerza que me obligaba a entrar a
ese lugar tan íntimo.
Ahí
estaba, frente al espejo. No había ninguna luz encendida, sólo tenía dos velas
a cada lado. Me acerqué lentamente y muy poco, pues temía que se molestara por
irrumpir en su espacio. Cuando pude verla más cerca, me volvió a sorprender,
porque ahora era de nuevo la del escenario, transformada en aquella mujer dura
y bella a la vez, con rasgos afilados que casi emanaban luz propia. Estaba
concentrada despojándose de algunas de las joyas que llevaba, pero de pronto se
percató de mi presencia y se volvió para verme a través del espejo. Yo me
asusté mucho, pues no esperaba encontrarme así, con su mirada, frente a frente.
Creí que se iba a molestar, pero para mi asombro, sonrió y me dijo:
– ¿Quieres pasar?
No supe qué hacer. Me sentí avergonzada de que me descubriera observándola en
aquel momento de tanta intimidad después del concierto. Pero era tan importante
en ese momento para mí conocerla, estar cerca de ella, saber por lo menos un
poquito del secreto de esa voz que me obsesionaba, que entré y me senté. Pese a
su amabilidad, yo continuaba en un trance y no podía emitir palabra mientras la
veía. Se dio la vuelta y empezó a hablarme:
– Tú cantas, ¿verdad?
No pude decir nada, ya que después de escucharla, yo no podía decirme cantante,
me sentía completamente alejada de ello, pero asentí con la cabeza, porque era
verdad: yo cantaba, a eso me dedicaba.
– No te sientas mal –me dijo–, no creas que la voz que tengo es algo natural.
Ven, acércate, te quiero enseñar algo.
Me acerqué un poco temerosa, pues ya de por sí estaba muy próxima.
– Mis cuerdas vocales no son como las de toda la gente.
Cuando estaba muy cerca de ella para ver lo que quería mostrar, me tomó con una
mano de la cintura y con la otra me empezó a acariciar la garganta.
– No es tan fácil tener una voz así. Me ha costado mucho trabajo y he tenido que
hacer mucho daño, incluso…
En ese momento ya no sabía qué hacer y empecé a sentirme aterrada, pues ella
estaba transformada, su rostro tenía un gesto maligno, de ansiedad, de hambre.
–Necesito tu voz para seguir conservando estas que tengo.
Yo ya no entendía y lo único que quería era salir de ahí corriendo, pero no me
podía mover, estaba paralizada de miedo. Sus ojos tan cerca, clavados en
los míos, su rostro feroz y hermoso al mismo tiempo, se acercó lentamente y me
besó, con un beso largo, suave y luego intenso. Yo no me podía mover, pues también
encontraba un enorme placer que me recorría todo el cuerpo, flotaba, pero era
tan placentero que empezó a ser malo, de repente sentí cómo su lengua empezaba
a crecer y a ir más adentro de mi boca, ahogándome y arrancándome algo por
dentro. Caí desmayada.
Ya no supe de mí hasta que llegó mi amiga y me despertó. La cantante
desapareció, las luces estaban encendidas y yo yacía tirada junto al tocador
con un poco de sangre en la boca. Mi amiga se asustó mucho y me preguntaba qué
había ocurrido. Yo no respondí, ni a ella ni a nadie, porque nunca pude volver
a emitir sonido alguno. La cantante me robó la voz: ahora forma parte de esa
combinación de registros que ella posee.
Colaboración de Rita Guerrero para la revista Fixiones, en 2004.
Ilustración: Rocko
Hermoso cuento , Diamanda Y Rita siempre eternas
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