Estar
lejos de tu país, en un aislamiento relativo, en un espacio personal más o
menos silencioso y tener como principal compañera a la música con distintas
voces e instrumentaciones, es una sensación complicada de expresar, pero fácil
de entender para quienes la han vivido.
Más
que banderas, héroes o íconos, hay quienes llevamos como seña de identidad aquellas
personas, lugares y vivencias que han forjado nuestro ser más allá de cualquier
frontera. La iconografía nacional lejos de casa puede causarte identificación o
recordarte lo ajeno que eres a ciertas imágenes de tu propio país. La
iconografía personal en cambio te acompaña a todas partes donde vas y no se
desprende ya del interior porque es la pertenencia elegida, el espejo donde te
reafirmas.
Rita
Guerrero es para mi una imagen de mucha fuerza, sus fotografías reflejan ese
ser tan especial que es, que sigue encantando por mostrar una belleza
enigmática. Es una mujer que representa tanto: su arte incorrupto nos ha dado
luz frente a la desesperanza de un tiempo desencantado, en medio de las
paradojas de la incomunicación de un mundo que se dice lleno de progreso y de
un país que sigue pagando con hambre a quienes le han dado su raíz más sólida.
Como guerrera que fue en vida, nos demostró que la solidaridad a través del
arte, puede seguir marcando la diferencia social. Su presencia y su voz siempre
fueron generosas, tanto, que nos sigue dando las dosis necesarias de belleza
cada vez que la escuchamos.
El
canto místico de Rita Guerrero sigue transportándonos lejos, a lugares y
momentos de vidas anteriores, a tiempos lejanos dentro y fuera de México. Es
parte de la generación de quienes vivimos actualmente, pero su alma sobrevolaba
otros siglos también. Desde ese canto inquieto y desgarrado del primer disco de
Santa Sabina hasta la serenidad y plenitud de su voz en los registros de
Ensamble Galileo, Rita hace navegar al escucha por mares diversos: turbios, en
calma, con la incertidumbre del altamar o con la esperanza de vislumbrar un
puerto de refugio, como la vida misma, con sus matices de intensidad.
Rita
canta y el interior fluye, es fuente de ejemplo e inspiración, sin duda es inmortal
porque cada vez que vuelve a vibrar su voz deja un halo de encanto, una estela
en el alma. Rita sigue viva en todos aquellos que nos dejamos tocar por su
talento, más allá de sus interpretaciones, porque nos dejó claridad: del ritual
y el respeto que merece el arte para ser completo, de la disciplina que hay
detrás de todo esfuerzo, de la empatía que merecen las personas que queremos
tener cercanas, de la belleza hecha texto, poesía, canción, imagen, imaginación…
¿Cómo cambiar el rumbo de
las palabras? La flor se transforma, persigue tu olor… Rita compuso palabras y
les dio la justa interpretación, seguramente no lo supo del todo consciente en
ese momento, pero ella se transformaría alquímicamente en una flor de luz para
sus escuchas, para dejar un legado cultural a su país, a su tiempo y a la humanidad
misma, rompiendo las fronteras, porque para la sensibilidad y para el arte éstas
no existen.
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